reportaje
la casa de la abuela
Este reportaje también va de familia y de amor, pero de otro tipo de amor. Del amor por las raíces, del amor por los recuerdos que se crean en la infancia y que se llevan toda la vida guardados en la bolsita de las cosas que nos reconfortan. Del amor por los lugares. Del amor por la sangre, por encima de todo: el amor por la sangre, lo que nos hace ser quienes somos.
Ana viene de una estirpe de mujeres fuertes e independientes. Ella, no podía ser de otra manera, también es una mujer fuerte e independiente. Pone un puchero a cocer en la olla y, mientras tanto, ordena las solicitudes que le entran en el mail de personas que quieren tatuarse con ella. Está orgullosa de su acento malagueño, de la tierra que pisa y de ser quien es: el apego por los suyos y el apego por los montes, los olivos, el mar, lo que fue y lo que será.
Y un día descolgó el teléfono y me hizo un encargo. Quería una sesión de fotos de la casa de su abuela, en Monda. La casa de su abuela está casi deshabitada desde hace un tiempo; ella está viviendo más cerca de la familia para que todos se puedan cuidar mejor los unos a los otros, así que esa casa ahora mismo no tiene la misma vida y el olor a lentejas que solía tener, y Ana quiere recordarla tal como era mientras aún es lo que es. Por mucho que la abuela pase poco por allí en este momento, está en cada uno de los muebles, los cuadros, los tapetes, las cositas que se colocan un día encima del aparador y se quedan allí alojadas para siempre, los libros, las sartenes, los platos, la abuela está en todas partes. Es hermoso. Y Ana, allí, en esa casa, también es un poco su abuela, así que mientras hacía fotos a los cuartos, me di cuenta de que ese reportaje no podía ser si no salía también ella. Ella, su abuela. Ella, Ana. La misma persona en aquel momento.
De modo que este ha sido un reportaje de amor familiar como otros que hago, pero en ningún caso similar. Y ahora ella tendrá para siempre este recuerdo del día en el que fue la anfitriona en casa de la yaya y nos invitó a un gazpacho fresquito porque, «mira, niña, qué calor hace en este pueblo». Y la casa de la abuela siempre será lo que es, y siempre se mantendrá igual y los lazos nunca se romperán porque todo lo que se aloja en el corazón no hay ley del hombre que lo desaloje. Esta es la magia de la fotografía y de las personas valientes que protegen lo que les importa de verdad. Ojalá a la yaya le hayan gustado estas fotos. Ay, madre, qué nervios y qué responsabilidad.