Paula es belleza. Y no hay más. Paula es belleza y no está en edad de casarse y de que yo sea su fotógrafa de bodas. O sí que lo está, si quisiera, pero ella pasa, de modo que, de momento, este artículo no va a tratar de fotografía de boda en Málaga. Pero sí voy a ser su fotógrafa de otra manera: voy a ser su retratista. Siempre que ella quiera. Todas las veces.
La fotografía en general, y la fotografía de bodas en especial, al menos tal y como yo la veo, sirve para contar historias. En el caso de las bodas, la historia de una pareja. Pero no todas las historias tienen a dos actores. En el caso de Paula, el el caso de los reportajes individuales, es una historia de conocimiento personal. En este reportaje Paula aprendió sobre su belleza, sobre su capacidad para maravillar a los demás, sobre, y en el terreno, perderse en el campo y volverse a encontrar. O, mejor dicho, que la niña que aún es se pierda en el campo y la adulta que ya es se sepa encontrar. De este modo, si queréis verlo así, esto es un viaje de auto conocimiento.
Como el viaje de Carlos, que aprendió otras cosas, y muy diferentes, en el reprotaje que le hice en otra ocasión y que si os apetece podéis ver aquí.
Pero no sólo ella aprendió en este reportaje, también yo aprendí con ella. Lo que se ve a través de su mirada, lo que se ve a través de su timidez. También yo me perdí en el campo, en aquella localización tan mágica que buscamos juntas. Aprendimos sobre los colores y aprendimos a hacer hacer fotos – a disparar en mi caso, a ser disparada en al suyo – que contaran la historia de una persona alucinante que le echó imaginación, vestuario y una profundidad en los ojos de morir. La fotografía de bodas me enamora. Pero esto me enloquece.
Creo que la cosa fue de aprender a SER PODEROSO.